Cada vez que lo repetía, el aire de sus labios se llevaba un poco de mi fuerza.
-Venga, levanta- dijo otra vez.
Hasta que no pude más, y estallé:
-¿Por qué? ¿Por qué no puedo seguir aquí tumbada, viendo la vida pasar? ¿Por qué tengo que sacar fuerzas de donde ya no las tengo y emplearlas en algo que no florecerá, que será inútil? ¿Por qué engañarme pensando que a las demás personas les preocupa si estoy en pie o si ya no puedo ni estar de rodillas? ¿Y por qué te importa a ti?
-Me importa, y eso es suficiente. Y no puedes quedarte ahí tumbada, por la sencilla razón de que de pie estarás más cerca de las estrellas
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